lunes, 21 de febrero de 2011

Voces Postergadas 2

A Estela

(y tantas otras mujeres silentes que viven con la misma certeza de que a la vida hay que ponerle el pecho)

Si te hubiera dicho algo de esto en persona, alguna vez, hubieras hecho chistes, me habrías calificado de la ¨sensibilona¨ que hace teatro y todo el tiempo expresa lo que siente.

Aprendí el código que me enseñaste, acá en la villa hay que ser de fierro, si no, no aguantas.

Armé el personaje, pero la verdad, es que cuando ponía un pie afuera podía pasar horas llorando por lo que había visto, escuchado, sentido….

Vos me abriste las puertas del trabajo con mujeres en el barrio. Mujeres con heridas visibles en el cuerpo, pero con el alma remendada a tal punto que hasta un abrazo es casi inaccesible. Son todas mujeres que no bajaron los brazos a pesar de que la vida las golpeó una y mil veces. Son todas mujeres que desde lo más profundo de su corazón me contaron los acontecimientos más tristes de sus historias, siempre con una sonrisa de está todo bien, ya pasó.

Estela con su impronta de mamá gigante, de esas en las que podes esconderte detrás y sentirte protegida. Con una vida digna de ser llevada al cine. Robó, escapó, abusaron de ella, echó a sus maridos de la casa, y hasta se animó a tener un novio con cama afuera para que no se anime a tratarla como su esclava.

No flaqueó cuando perdió a su hija. Puteó contra el sanatorio en el que se contagió una pulmonía mortal, pero siguió. Tenía otros hijos por los que luchar. No sólo los de ella, si no todos los pibes del barrio que acudían a sus ollas populares o a sus mates en la vereda de la casa.

Pero cuando perdió al gurrumín, de tan solo 2 años las fuerzas se le perdieron. Se culpó por estar trabajando y no al lado de él cuidándolo de los peligros de vivir en un lugar que nunca estará apto para que vivan ni grandes ni chicos.

Luchó, hasta donde pudo, pero su cuerpo pudo más y un día un ataque de presión la dejó en una cama de hospital. Odio los hospitales, pero nunca estuve tanto tiempo en uno, no podía entender como ese cuerpo gigante se había cansado, y por otro lado me parecía inevitable. Ninguna mujer es de fierro, por más que lo desee. Me acuerdo que no podías hablar y yo te acariciaba la cara y te pedía que hicieras un esfuerzo, por tus hijos, por tus nietos, por mí…

Salió adelante, la vida quiso no cruzarnos más, por ahora. Pero tu fuerza y tu grandeza, más allá de tus defectos, hicieron que te conviertas en una segunda mamá, de la cual me siento orgullosa, una mamá que no me dio la vida, una mamá que elegí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que lindas palabras...

Anónimo dijo...

Te felicito, muy interesante tu proyecto Mariel.
Ricardo Halac