jueves, 24 de marzo de 2011

HELADO DE AGUA

Compartimos con ustedes un cuento de MARCIA LO FEUDO sobre la violación de una chica. Esperemos que sea un aporte para la reflexión, nosotras somos dueñas de nuestro cuerpo, y no importa lo que digan los demás, si te pasó tenés que denunciar.

Lo que más me gusta de estar buena, son las reacciones que despierto en la calle. Congelar conversaciones en una esquina y que se haga un silencio con contenido cuando yo paso de ida o de vuelta. Y si, yo soy una de esas chicas que andan regalando su exuberancia por ahí. Soy de las que detienen el tránsito, las que desatan bocinazos, cabezas fuera de ventanillas, hasta algún choquecito, capaz.

Dicen que provoco, pero a mí me gusta vestirme bien, a la moda. Y en las vidrieras los maniquíes se visten como yo, y en la tele las chicas son iguales a mí, así que debe estar bien. Pero ni bien piso la calle, parece que la ciudad se convierte en una jungla: lobos, depredadores, tiranosaurios, buitres, pumas, osos, boas constrictoras, cocodrilos, hay de todas las especies y andan al acecho por donde quiera que vayas, de día y de noche. Sus garras son los ojos, tienen radares, rayos equis, te hacen mamografía, resonancia magnética y colonoscopía, todo junto.

A veces los ojos y la elongación del cuello que acompaña el contoneo no alcanzan. Entonces, escupen palabras, es como que eyaculan piropos al azar, algunos bien dichos, hasta ingeniosos, otros escatológicos, perversos, que huelen mal. Mami, te chupo toda esa conchita, querés cagar en casa, a qué hora abren tus piernas. Miles te proponen casamiento, afirman que sos un infierno, que quemás, upa, ay, diosa, qué buena estás, perra, te como toda. La antropofagia les brota de los poros, son caníbales, cavernícolas, dráculas básicos.

Alguno que otro te hace gestos detrás de algún puesto de diarios, desde un colectivo, te tiran besos, sacuden sus manos para que los veas, quieren que cruces tu mirada con la de ellos, quieren llamar tu atención, quieren ser alguien para vos en ese microsegundo donde levantás la mirada y los descubrís guiñándote un ojo o exhibiendo la lengua como ridículas víboras babosas.

A los que no les alcanza con las palabras, te siguen un rato, te invitan a tomar algo, te dan la tarjeta, te regalan una flor robada, te inventan que son de una castinera que busca modelos, caras nuevas, hermosas como vos. No, gracias, estoy apurada, permiso, no me interesa, salí, pesado.

A otros les cuesta entender que no son de tu tipo, que no te gustan, que te dan náuseas, que no te vestís para ellos, para levantarles el pito o para llamarles la atención. ¿Qué tiene de malo mostrar las piernas, los brazos, el escote, usar ropa ajustada, a la moda, estar fresquita, cómoda? O acaso se masturban frente a los maniquíes. Yo soy como un maniquí, pero camino.

A los que no les es suficiente encararte, buscan cualquier oportunidad para tocarte, para rozarte, para apoyarte. La hora pico en los transportes de la city es la ocasión ideal para los coyotes famélicos que vuelven de una jornada agotadora. Entre tanto amontonamiento, siempre hay una mano en un bolsillo que se mueve y “sin querer” te roza la pierna, otra linda manito que por lo bajo y poniendo cara de qué calor que tengo te levanta la pollera con dos intrépidos dedos, otro que deja descansar su bulto en donde sea, tu brazo, tu cola, cadera, pelvis, la cuestión es llegar a vos, horadarte, poseerte, alcanzarte aunque sea un minuto. A veces los dejo, pienso “que disfruten, es la única alegría que deben tener”, pero otras, en las que me siento prostituida, usurpada, me bajo antes de mi parada y me sacudo todas las manos y los miembros como un perro después de bañarse. ¿Habrán acabado? Por favor, qué lástima que me dan.

No faltan los manoseos en la vía pública, algún toqueteo distraído en un boliche, otro que dice permiso y mientras avanza te pasa lascivamente la mano por la espalda. ¿Qué se piensan, que la piel queda manchada? ¿Que quedan rastros de su masculinidad por mi cuerpo, que serán inolvidables para mí y para mi historia? Lo que más me asombra es la capacidad inagotable y perspicaz para mirar verso y reverso y los halagos o exclamaciones onomatopéyicas que aguardan en la punta de la lengua, al borde de caerse cuando pasa un culo parado o unas tetas que se bambolean. ¡Bebé, potra, me vas a matar, ah bueno, ffff, chst!, o el típico silbido arrabalero. Es admirable que esta tribu de carnívoros sea tan ecléctica, tan fría por momentos y tan pasional por otros. Porque cuando pasa una minita cogible se deshacen ¡matame si no te sirvo, belleza, camión con acoplado! Y ni bien sale de su mira, el encargado sigue manguereando, el empresario hablando por celular con su mamá, el de la verdulería acomodando tomates, el del flete descargando la cama del camión, el albañil haciendo la mezcla, como si nada.

Somos una mercadería en movimiento para ellos, una especie de pantalla tridimensional que desfila frente a sus ojos, entonces comentan el producto, lo admiran, lo quieren tener, parece que no les bastara con eso, con ser sólo espectadores. Aunque después, cuando desaparece, siguen con lo suyo como si tal cosa, hasta que pasa otra oferta y así.

En primavera, con los primeros calores, parece que el vapor del asfalto mezclado con los fluidos del cuerpo, las minifaldas, los tops, las pancitas al aire, los piercings, los tatuajes y el strapless, los hombres se derriten como un helado de agua que escapa a la mordida, chorrea la frutilla, se hace el charquito en la vereda y queda pegajoso, así, gotean, te agarran.

No lo voy a denunciar, después van a decir que la culpa fue mía, que ando provocando, con la faldita y la camisita que se me transparentaba y que dejaba ver los pezones. Le sonreí, sí, porque siempre sonrío, es como un tic. Más cuando me pongo nerviosa, qué sabía yo que me iba a seguir hasta el baño, que iba a trabar la puerta y…la pollera le hizo todo más fácil, se mojó los dos dedos en su boca para humedecer mi vagina y…No fue un dolor, más como un ardor, un sacudón, yo no gritaba, lloraba sin ruido, no quería hacerlo enojar. La espalda me daba contra los azulejos de lleno, creo que eran verdes, me quedaron moretones, me duelen todavía. Ahora tengo que usar las remeras de mi hermano para que no se den cuenta, no quiero armar lío. Siempre traje todos diez, buena conducta, no quiero que tengan problemas por mi culpa, por como ando vestida. Después me dio vuelta, mi respiración mojando los azulejos, azules, creo que eran azules, con esos dos mismos dedos me sacó los mocos de la cara que me llegaban al labio de abajo y me los puso en la entrada de la cola. Tardó un rato, me susurraba, respirá nena, que si no te va a doler más, pero no podía, se me entrecortaba la respiración, y a él se le terminó la paciencia y de un empujón me metió su pene bien adentro, yo sentí cómo se abría paso, cómo excavaba y creí morir, para mí había sangre, algo se había roto, y él la sacaba y la ponía, mis quejidos lo excitaban más, sh, putita, portate bien. Creo que me porté bien, traté de no enojarlo, no quería causar problemas. El bar estaba lleno de gente y en la mesa me esperaban Ale y Jenny, no quería incomodarlas. Tuve suerte porque me acabó en la cola, es rara la sensación, nunca me había entrado nada ahí, como una quemazón de a chorros, un dolor que de tan intenso ya no se sufre porque es como que la zona se cauteriza sola. Aunque después, por un buen rato sentí que todavía tenía clavado el miembro adentro. Me dio un beso en la frente mientras se abrochaba el pantalón, te portaste muy bien, preciosa. No sé por qué le creí, me porté bien, fui buena, una vez más. A mí me educaron para eso, ¿no?, para cumplir, para traer buenas notas, para ser una nena buena.

Me quedé un ratito en el baño, me puse un poco de papel higiénico porque me salía algo de sangre, me lavé la cara y apareció Jenny preguntando si había hecho caca dura o blanda. La miré por el espejo, por un momento me quedé muda, quería que en ese silencio ella comprendiera todo, pero después con esa sonrisa tan mía, le mostré mis dientes y eché a reír porque era lo único que podía hacer para no gritar.

En la ropa ni una marquita, ni una hilacha, nada lo denunciaba. Ya en la mesa, me pedí una coca y me la tomé de una, eructé y las hice reír, nadie se dio cuenta de nada, por suerte. Cuando llegué a casa, me pegué una ducha larga, después me miré con un espejito, tampoco se veía nada, ni una marca por delante ni por atrás, parecía que había tenido un mal sueño, o que lo había imaginado.

Ni mis hermanos, ni mamá, ni papá, ni en la escuela, nadie, sigue todo igual. Pienso que a más de una le pasará lo mismo y que se lo guardan para que todo siga su curso normal, para no llamar la atención, para no desacomodar nada. No sé, a veces pienso que tendría que cambiar mi look, mi vestuario, pero después pienso que da lo mismo, que ellos sí te pueden ver lo de adentro, que ellos sí saben. Entonces, ya no importa cómo te vistas, sos una presa más, un saldo paseando frente a ellos que saben, que en cualquier instante, si quieren, pueden sacarte de la góndola y tragarte, consumirte hasta el último sorbo.


2 comentarios:

biscuitt dijo...

Llegué acá de rebote, y justo justo en un momento en el cual estoy trabajando para modificar ciertas estructuras mentales tengo respecto a la Mujer. Mata lo que hacen, en todos los aspectos, contenido, estético, etc.
Tomé prestado "Voces postergadas", espero no moleste. Felicito y apoyo a la/s que llevan a cabo este maravilloso espacio.
Saludos.

Anónimo dijo...

Todo lo que publicamos acá es de uso libre, solo les pedimos que lo citen... pero la idea es que circulen estas cosas para que podamos cambiarlas!!!